Aun cuando se diga que el origen del amor está asociado a funciones bioquímicas, no se puede excluir la fuerte influencia sociocultural de las construcciones del amor. El amor es una experiencia de relación con el mundo y de aprehensión consigo mismo. Sin dudas, el imaginario asociado a él define en muchos casos las idealizaciones de cómo nos imaginamos las relaciones establecidas con otras personas, y más aún, las relaciones de pareja.
Siempre se dice que el amor es el motor de la vida y sentido de la existencia. Pero en nuestra cultura lo es mucho más para las mujeres “somos seres del amor, seres para el amor”. Hemos sido configuradas socialmente para el amor, porque la cultura ha colocado el amor en el centro de nuestra identidad. Y es difícil eludir estas enseñanzas porque la cultura reproduce las formas enajenantes de amor, en el cine, la literatura, el teatro, las telenovelas, las revistas femeninas, los estereotipos de las vacaciones perfectas pareja o la luna de miel.
Aprendemos a amar y a desarrollar necesidades amorosas. El conjunto de experiencias –sentido del amor, necesidades amorosas, deberes, prohibiciones y límites del amor- son piezas sustantivas que definen nuestras pautas de relación amorosa.
Es de considerar que el amor, así como el género, las relaciones de pareja, la sexualidad, erotismo, entre otras experiencias humanas, obedecen a producciones que unen lo más tradicional –normas y mandatos heteronormativos-, con las nuevas construcciones de la modernidad y la posmodernidad. Este sincretismo vivido por las mujeres en todos los ámbitos mencionados y otros, se experimentan en su subjetividad de manera compleja y contradictoria.
La resolución de esas contradicciones, específicamente en las relaciones de amor, se realiza por medio del «trabajo emocional», donde las mujeres nos adscripción al rol esperado, manejando y controlando nuestras emociones para cumplir con las normas culturales ¿Por qué nos adscribimos voluntariamente al rol esperado y hacemos el “trabajo emocional”? porque el amor se nos presenta como una experiencia vitalizadora, de plenitud, y el no tener experiencias amorosas se asocia a la falta de vitalidad, trascendencia y libertad; tres características filosóficas modernas a las que aspiran las personas.
Las mujeres presentamos la contradicción fundamental de “ser para otros” o “ser para nosotras mismas” porque amar implica ser benevolentes, ser generosas. Lo perverso del amor “para otros” está en la imposición implícita de la negativa del amor propio. En palabras de Gioconda Belli “las mujeres viven la experiencia de ser “Habitadas” por otros quienes habitan su cuerpo y subjetividad, sus anhelos y pensamientos”.
Aquí se plantea un tema clave. Mientras las mujeres no hagan de la libertad un valor amoroso, estarán sujetas a otros o sujetarán a otros. Es decir, una mujer habitada, aspira a habitar de la misma manera que es habitada. O sea, si la celan, celará; si le mienten, mentirá.
Es importantísimo romper con el ideal tradicional del amor, y para ello, es relevante rescatar la identidad propia, el “yo soy” estableciendo límites, estableciendo una frontera personal respecto de los otros; y superar el miedo al abandono, comprendiendo que la soledad es el espacio para desbaratar las creencias absolutas e idealizadas, construyendo nuevas subjetividades, a través de la “experiencia de la mismidad”.
Opinión: Amor en clave femenina
Evelyn Gómez Castro, Psicóloga. Magíster Psicología Clínica Universidad de Chile.