Las mujeres somos nuestros cuerpos vividos y nuestra subjetividad. No se trata sólo de cuerpos biológicos, sino de cuerpos en movimiento construidos dialécticamente influidos por la sociedad y la cultura. Dinámica sincrética con la que no es fácil habitar nuestro cuerpo –pautas modernas y posmodernas que no cesan de gritar dentro de cada mujer-, batallando por la construcción de la subjetividad, sometida a valores, códigos y lenguajes masculinos.
De alguna manera hemos crecido pensando en que cada una encarna la “mala terrible para todas las demás”, nos fijamos por formación, en las diferencias que nos constituyen, anulando lo común, quedando entre nosotras sólo lo que nos separa –clase, edad, relación con los hombres, con otros y el poder, la belleza, rango, el prestigio-, todo lo que está a la base de la enemistad histórica. Así nos mantenemos solitarias, incapaces de alianzas y pactos. Esta soledad femenina sólo puede ser subvertida al encontrarse con la otra, de mirar a la otra convertida en mí, logrando identificaciones comunes.
La ideología de la feminidad, históricamente instalada en nuestro funcionamiento intrapsiquico, surge de la competencia y evaluación social de la forma de ser mujeres –atributos naturales, eternos, atribuidos al género-, resaltando las diferencias entre nosotras, enajenándonos, buscando reconocimiento de los hombres, impidiendo relaciones de valoración y aceptación de las otras tal cual son.
Es muy común y lamentable, vernos inferiorizando a las otras por sus creencias, posición social, preferencias eróticas, trabajo, apariencia física, entre otras, centrándonos en lo que no somos y en lo que no tenemos, funcionando desde la subyugación, el poder clasista y patriarcal; marcadas por la competencia, discriminación, exclusión y todas las formas de opresión conocidas. Tenemos obstáculos importantes para reconocernos en las otras mujeres.
¿Cómo podemos resolver esta incapacidad? Comprendiendo que ninguna mujer es por sí misma y, que si queremos cambios sociales verdaderos nos debemos amistad, encuentro y solidaridad. La sororidad significa hermandad entre mujeres y pares, cómplices que se proponen trabajar, crear, convencer, que se encuentran y reconocen, para vivir la vida con un sentido profundamente libertario.
La Sororidad implica la amistad entre quienes hemos sido creadas por un mundo patriarcal como enemigas. Sólo por la vía de develar la carga de agresión –envidia y la rabia- que tenemos unas hacia otras y de ir desmontándola, esa agresión no se volverá hacia nosotras. La sororidad es proteger a las otras mujeres, comprender sus padecimientos sin enjuiciar ni culpar.
La invitación está hecha ¿podrás mirarte en mi? ¿Podrás mirarme sin envidiarme o criticarme?