El acoso sexual es una expresión de la violencia de género y revela la desigualdad de poder entre hombres y mujeres en la sociedad, y así es que impacta y establece situaciones de coerción y discriminación que aquejan, esencialmente, a las mujeres, niñas, adultas, adolescentes sin discriminar rango etario.
En el último tiempo, las investigaciones y reglamentaciones referidas al acoso sexual han visualizado un significativo progreso en el marco de los espacios laborales. Pero aún estamos al debe en cuanto a los espacios educativos que es la cuna donde se establecen las relaciones culturales de sociedad.
El denominador común es la falta de instancias formales que adviertan, tengan en cuenta, condenen y reparen, oportunamente, las acciones que van en contra de promover relaciones respetuosas e igualitarias entre hombres y mujeres.
Los resultados del acoso sexual son múltiples. Dañan en lo individual a las víctimas directas, induciendo efectos físicos y psicológicoscomprometiendo sus relaciones sociales en lo laboral, educativo, familiar.
En nuestra región, el país y el resto del mundo, han sido cada vez más insipientes las denuncias de acoso sexual, de la mano de grandes movilizaciones de mujeres, que han visibilizado el hecho.
En Chile, hace unos años, las encuestas mostraban que 9 de cada 10 mujeres han sido acosadas y 7 de cada 10 han sido víctimas de aproximaciones amenazadoras y tocaciones en la calle.
Este año a través de la dirección del trabajo se dieron a conocer datos del aumento de las denuncias de acoso sexual en un 31%, en comparación al mismo periodo en el año pasado, estas superaron las 300 denuncias.
El Estado, a través de la Dirección del Trabajo, dice que «se produce un acoso sexual cuando una persona – hombre o mujer – realiza en forma indebida, por cualquier medio, requerimientos de carácter sexual, no consentidos por la persona afectada y que amenacen o perjudiquen su situación laboral o sus oportunidades en el empleo». La normativa también incluye las propuestas verbales, correos electrónicos, cartas o misivas personales con alusiones o fines sexuales.
Estos procedimientos no han sido construidos con las trabajadoras, ni las estudiantes, sino que de manera direccional y es aplicado por los mismos superiores que en ocasiones son los que acosan y luego desvinculan a la víctima del hecho. Por ello debemos abogar por un plan que lo prevenga, y posterior al hecho, cuente con la acogida que contenga a la persona afectada y brinde ayuda psicológica.
Para ello es imprescindible tomar en cuenta la insuficiencia de la normativa, cuando no ha sido sensibilizada e internalizada por todas las esferas sociales que rigen nuestra sociedad, tenemos que promover comisiones de mujeres en los sindicatos que formalicen protocolos de género que logren combatir y prevenir acciones tan nefastas como el acoso sexual, estudiantes informados y con la convicción de no repetir conductas que, muchas veces , han sido normalizadas en nuestra cultura de violencia machista, ya que el machismo es una problemática estructural del sistema, que podremos replantear con la unidad entre las y los ciudadanos que añoramos relaciones humanas respetuosas e igualitarias.
Detrás de cada denunciante, además, de existir valentía por dar a conocer la realidad que le toco vivenciar, también encontramos a una víctima que debe lidiar con la duda de la sociedad, que se pregunta ¿cómo andaría vestida? ¿tal vez había bebido? “Seguro antes se le insinuó”, pero la verdad es que deben saber que la respuesta es una sola: ¡¡¡ NO ES NO!!!